Se va la luz.
Se apaga lentamente.
Bailan con el viento
los últimos rayos del sol.
Se detiene.
Irse,
no quiere irse.
Pero no puede evitarlo.
Es su inercia.
Su cadencia inamovible
que la mueve sin cesar.
Se va la luz.
Se resiste a perderse.
Se intensifica para dejarse
un poco aquí, un poco en mí.
Se desvanece...
gradualmente.
Aferrándose,
queriéndome decir,
queriéndome avisar
de que sí, hay luz en mí,
en ti, aquí, en todo,
hasta en la noche
que la viene a ver morir.
Que sí,
que se agarra a mí,
y me deja la vida entera,
para que la vea volver,
y partir en las noches en vela.
Demostrándome que al amanecer,
brillando de nuevo,
renacerá sin fin...