De una vez por todas, llega al lugar desde el que partió y seguía sin ver quién es, quien siempre fue y no quiso ver.
De una vez, sin darse cuenta de que caminaba en círculos, errando una y otra vez en la misma curva, volviendo al inicio de su marcha, como si estuviera atrapada en una espiral que sólo podía llevarle a volver a aquel lugar.
De una, pero repetida infinitas veces, como si eso fuera todo y nada pudiese hacerle ver que regresaba y que no salía de ahí por más vueltas que daba.
Haciendo círculos con sus dedos en la arena, como si el subconsciente le tratara de avisar, comunicándose a través de sus dedos, que dibujaban como poseídos y de forma autómata.
Miraba a su alrededor y sentía la familiaridad, la calidez y el desasosiego que, en forma de brisa le llegaba, pero seguía creyendo que avanzaba, imaginando su destino más allá, alzando la vista para tocar con su mirada el horizonte.
Veía esconderse el sol, veía las aves volando cerca de las olas que crecían, pero su mente le engañaba una vez más, y le dibujaba un mundo nuevo que jamás nadie había pisado.
Creía y ese era su gran error, pues sólo le servía para fallar y fallarse a sí misma de nuevo, como la primera vez, pero sin la inocencia ni la candidez de otros tiempos, en los que el engaño no podía ser previsto.
Ahora ya nada le debería engañar, pero sigue creyendo, esperando, ahorrando energía para un día que nunca llegará.
Será que la ficción no supera a la fantasía. Y puede que la fantasía juegue a ser realidad.
Puede que no tenga sentido la realidad, que la verdad y la mentira sean demasiado parecidas, que creer sea perderse y perderse, encontrar la salida.