Cuántas varas de medir... ¿cuál es tu rasero?
¿Con qué excusas delimitas tus sueños?
¿Por qué a la envidia avariciosa de ese rebuscado amor,
a veces, se le llama celos, y a veces, posesión?
Y a veces, tanta presión, para que nadie haga nada,
sólo dedicarse a llevar la vida ajena mejor que la propia...
Cuántas flores pisadas... ¿cuáles son tus huellas?
¿Dónde quedaron las marcas impresas
para que el destino las descubriera?
A veces, se ve tanto vacío en los ojos de la gente,
que el silencio parece la mejor forma de comunicación.
Las personas no hablan, gritan,
y ya nunca sonríen, ni tampoco lloran,
por sí se secaran sus ganas de aguantar un día más.
¿Cuál es tu postura? ¿Cuál, tu etiqueta?
Dime que tú respiras donde sólo hablan los dedos
y que no necesitas medir si el tiempo es de terciopelo...
La pena ha encharcado el barro,
que se ha formado alrededor de esa estrecha espesura,
por la que caminan los que se ahogan en su propia rutina.
Yo veo cómo todo pasa,
mientras caigo por el barranco de la inercia que ese desaliento infunda.
Me despeño entre su zurda cordura
y mi oscura forma de enfrentarme a la bruma que emana esta marabunta...
Necesito escuchar tus dedos para no caer en esa madeja de telaraña.
¿Para qué forzar? ¿Por qué no mejor fluir como cuando se improvisa una canción?
Con lo a gusto que se está aquí dentro, entre tu pecho y el límite del sol...
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