"Si mi don es la palabra... el mundo tiene escrito su destino..." Bruma Antártica.

sábado, 7 de enero de 2017

LA BRUMA DE LOS ESPEJOS



¿Tú eres el viaje? Yo soy el viajero

Miles de almas en el paso de las brumas, esperando su juicio, su equilibrio, su balanza…

Demonios, animales, almas puras, personas sin distinción atraviesan de igual modo el lago de la justicia, esperando no ser devorados por sus propios errores, por su propio destino.

Todo está oscuro y es confuso, hasta para mí, que llevo aquí demasiado tiempo. Miro uno a uno a todos los que pasan, caminando por este sendero abrupto, convencidos del vacío, midiendo el peso de su vida, esperando no ser juzgados, pretendiendo encontrar un final para lo que no tiene final. Hace tiempo que no como nada, como si al mirarles me quedara parte de su dolor, de sus miedos, de su esencia. Algo de cada ser se queda en mí, vive en mí. Será eso a lo que llaman eternidad.

Todos esperan al barco. Ese famoso barco del que hablan sin parar. Buscan al barquero junto a la orilla. Pero aquí no hay juez, ni emisarios, ni verdugos ni castigo o penitencia. Todos me imaginan con barba blanca y ni sueñan con quién puedo ser.

Desde el comienzo del viaje se puede ver en el horizonte las brumas púrpuras que lo desvanecen todo. Cuanto más cerca de ellas, más certeza de que todo lo que creían es mentira, hasta la realidad. Pero camines hacia donde camines, sólo hay una dirección a la que llegar. No importa si corres, si huyes o tratas de escapar. Aquí esas cosas no tienen efecto, aquí sólo se refleja la vida. Aquí ya estás muerto.

¿Tu eres el viaje? En la orilla de las aguas oscuras, oigo estas palabras una y otra vez. No sé cuánto tiempo llevo aquí, escuchando esto. Pero en asentir, todos repiten lo mismo: Yo soy el viajero. Y paso a paso, se adentran a donde no hay regreso, ni salida, ni final. Esas aguas que no reflejan nada, que absorben todo, menos la bruma que las oculta, están llenas de memorias, de sueños y pesadillas, de sensaciones y hasta de esencias indescriptibles. Todo fluye aquí, en su perpetua tranquilidad. En una paz profunda e inquebrantable, que nubla los pesares traídos, que esconde las guerras internas de cada uno, y desnuda los anhelos insatisfechos, de cada una de las mil vidas que cada quien lleva a cuestas.

De aquí ni se entra ni se sale. Siempre estamos aquí, incluso cuando creemos que todo lo que existe es lo que vemos. Es un peregrinaje continuo, vida tras vida, que nos trae hacia el lago, y sin dejar de caminar, cruzamos esa agua y su bruma, hacia el sendero elegido.

Somos fuego, el camino y los caminantes, el viaje y el viajero. Somos fuego, sosegado en estas orillas. Fuego que alimenta la bruma, que se mezcla con las negras aguas justas, vaporizando las dimensiones hasta cruzar al otro lado.

El otro lado.

No es un más allá, ni una luz al final de un túnel. No son tus familiares viniendo a recogerte. No hay cielo ni infierno. Todo es uno. Todo es diferente. El otro lado es también este, pues sólo es otro estado más de la consciencia, un estado sin limitaciones, pero a la vez, regido por leyes nunca escritas, desconocidas sin condiciones.

Observo y siento todo lo que sienten, hasta lo que ni saben que sienten. Puedo traspasar con ellos cada frontera y vislumbrar su andadura, sin que el tiempo se entrometa. Veo cada sendero antes de ser descubierto entre las brumas rojizas, el único color que se distingue aquí.

Tengo un papel en todo esto. Soy consciente de tener en mi mano todas las llaves y cerraduras, de soportar el peso de todos los pasos andados. Tras de mí, un séquito de candados oxidados. Ante mí, la ecuación perfecta. Nada se puede cambiar, no hay lugar a opciones, pues aquí son y están todas las opciones.

No respiro. Nadie lo hace. No es necesario hablar ni interactuar. Nadie lo hace. Aquí todos van abriéndose camino sin choques, como si se tratara de una extraña pero coordinada danza, dirigida por un coreógrafo exquisito. Un baile sin más música, que toda la música a la de una.

Se oye todo. Aquí todos los sonidos se dan a la vez, formando un sólo eco. Hasta se puede escuchar la nada, entrelazada con todos los demás tonos. Es ensordecedor. Y aún así, es precioso. Una vibración culminante, embriagante, una sabiduría total, un mecer de almas.

Es tan apacible y sin embargo, triste. Aunque quizás esa tampoco fuese la palabra más correcta para describirlo. Hay una melancolía, sin esperanza, que confiere una sensación de aceptación. Como si la certeza lo invadiese todo haciendo que todas las demás sensaciones se dejasen llevar.

Un fluir de almas y yo, en todas y en ninguna. Una ambigüedad que se contrarresta a sí misma. Aquí la dualidad es uno. Aquí todas las sumas dan uno. Siempre uno. Siempre ha sido y será, aquí, así, el tiempo no interfiere aquí.

Así que no puedo entender lo que ocurre con aquel demonio y los dos polizones de su espalda. Un hueco en su espalda, completamente circular, como si hubiese sido hecho a propósito para albergar esos dos cuerpos, de masa y agua, de materia tridimensional, que se han colado en este plano, como si hubiesen roto todas las normas.

El demonio camina a través de su desierto rojo. Un atardecer eterno en su horizonte, dando más rubor al cielo, y sus nubes juegan con la escasa luz, coloreando esa visión que le acompaña. Su demoniaca naturaleza, afecta a su camino. Su existencia está marcada por el alma que lleva dentro, viva la vida que viva, en cualquier momento. En cualquier forma en la que se hubiera adentrado en el lago, no sería importante, pues igualmente acabaría cruzando su desierto sin luz. Un viento erosionante le rodea; doloroso y flagelante, se incrementa a cada paso. Es tan apabullante. Se quema cuanto más frío se hace. Aquí todas las contradicciones pierden el sentido.

Pero los dos polizones son de otra estructura, sus cuerpos no se pueden mezclar. Se han incrustado en ese demonio, en su espalda, girando y girando hasta crear ese círculo en que están metidos. Ahondando en la carne inmaterial del demonio, sin poder entrelazarse con él, se han quedado atrapados en un infierno imposible aquí, un desequilibrio que nunca debió llegar hasta aquí.

El agua se turbia y burbujea al tacto con el demonio poseído. La bruma se hace espesa y rígida. La oscuridad acrecienta. La desazón aparece.

No es posible. No se puede sentir sino certeza. Aquí todo está resuelto a la vez que se está resolviendo. Aquí no existen cambios. Todo es uno. Es equilibrio. Y se está tambaleando.

El horizonte del demonio ahora es todo el horizonte. El anochecer sin fin está ante todos y el viento mortal se está dispersando.

Esos dos seres, metidos en un infierno que no merecen, sólo por estar donde no deberían, sólo por buscar una salida a través de una pared que no pueden traspasar, lo han cambiado todo. Pues todo se ha reajustado para que siga siendo uno la suma de todo.

Yo lo veo tan claro. No ha pasado y está pasando. No he interferido nunca, no conozco el miedo ni la trascendencia, sólo lo huelo a mi alrededor, sin llegar a hacerlo mío, un alimento que no mata el hambre, pues la saciedad siempre va delante.

No dejo de hacer cuentas y los números no me salen. Algo no cuadra y no acierto a averiguar el porqué de este evento, simplemente soy consciente, lo presiento mientras sucede, antes de que sea, y hasta lo recuerdo.

Todos me dicen: ¿Eres el viaje? Yo soy el viajero. Son las palabras que resuenan antes del chapoteo en el denso lago. Esta vez, contesto: Acaba tu infierno y muere aquí mismo. La incertidumbre debe salir del camino. Yo soy el viaje. Un viaje por viajero. Un sendero por alma. El viaje eterno. Sin prisa ni pausa.

Entro en ellos, los expulso. Y los arrastro de nuevo a la orilla, uno por uno. Libero al demonio del crudo viento. Todo se endereza, todo color desaparece, todo miedo huye.

Frente a los polizones extraídos, con las brumas fluidas tras de mí, observo sus rostros, que aún conservan. Son pequeños, casi minúsculos, pero han tergiversado el total. Miro sus ojos, son mis ojos. Miro sus manos, son mis manos. Yo, mi dualidad frente a mí. Mi camino se ha disuelto bajo mis pies. Cierro los ojos mientras siento la humedad. Me sumerjo en las aguas, que se vuelven cristalinas a través de mí.

Ahora lo sé. Yo filtro su poder. Mi poder y mi destino son uno. Me diluyo. Mi fuego se vaporiza en esta agua. Y vuelo. Soy ahora la bruma de los espejos. Yo soy la certeza que siempre ha alimentado el camino.

No hay fin. Son mil vidas en un alma. Y después…



Todo. Nada. Uno.

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